Jesús se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. Se quedaron aterrados
y llenos de miedo, creían ver un espíritu. (…) Mirad mis manos y mis pies: Soy
yo mismo. Palpadme y comprended (Lc 24, 36.39).
Jesús, ¡vaya susto les diste a
tus discípulos!: Se quedaron aterrados y llenos de miedo. ¡Te confundían
con un fantasma, y eras Tú! Seguro que les querías dar un susto y te morías de
risa viéndoles así. Jesús, tengo que reconocer que, a veces, también me pasa lo
mismo: en la oración te tengo delante, te miro con cariño, te hablo y… ¡me das
miedo! Pienso que me vas a pedir demasiado, que me vas a complicar la vida.
Jesús, si me ves con cara de susto, ríete un poco de mí.
Dile que te enseñe sus llagas. Comprobarás lo mucho que te quiere.
Como no acabasen de creer por la alegría y estuvieran llenos de
admiración, les dijo: ¿Tenéis aquí algo que comer? Entonces ellos le ofrecieron
parte de un pez asado. Y tomándolo comió delante de ellos (Lc 24, 41-43).
Jesús, lo que no termino de
entender es que, queriéndote tanto, tus discípulos te dieron para comer
pescado... ¡Qué horror! Tengo que reconocer que a mí el pescado no me gusta
nada. Ya ves, estoy lleno de tonterías. Jesús, ayúdame a detectar y superar
tantos remilgos y caprichos.
Haz una lista de pequeños sacrificios para combatir los caprichos.
Propósito: no ser melindroso