Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por sus ovejas (…)
Conozco las mías y las mías me conocen (Jn 10, 11.14).
Jesús, yo nunca he vivido en
el campo. Pero si no recuerdo mal una vez vi en la tele un rebaño con su pastor
al frente. Las ovejas me parecían todas iguales de tontas… pero no. El pastor
las iba llamando, una a una y las guardaba en un corralillo. Jesús, Tú
que eres el Buen Pastor me llamas con tus silbidos amorosos. Me conoces,
sabes todo de mí. Para Jesús yo soy “único”, y me quiere tanto que ha dado su
vida por mí.
Jesús ha dado su vida por mí. Y yo ¿qué más puedo hacer por Jesús?
Tengo otras ovejas que no son de este redil, a ésas también es
necesario que las traiga, y oirán mi voz y formarán un solo rebaño, con un solo
pastor” (Jn 11, 16).
En todos los rebaños hay una
oveja que le da por ser “original”. Ese soy yo ¡Me encanta llamar la atención!,
hacer de oveja negra, ser el centro de las conversaciones: me da igual
que se hable bien o mal, el caso es que se hable. Y de oveja paso a cabra,
cabra malabarista, siempre al borde de precipicio. Hasta que un buen día,
¡Cataplum!: oveja-cabra descalabrada. Y entonces, Jesús, me levantas
amorosamente y me llevas sobre tus hombros. ¡Qué bueno eres!
Dile a Jesús que no quieres ser ni cabra ni oveja negra.
Propósito: balar a Jesús: ser buena oveja.