Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo Unigénito, para
que todo el que cree en Él no perezca sino que tenga Vida Eterna (Jn 3, 14).
San Juan de la Cruz escribió
lo siguiente hablando del Padre y del Hijo: En aquel amor inmenso / que de
los dos procedía, / palabras de gran regalo / el Padre al Hijo decía, / de tan
profundo deleite / que nadie las entendía; / solo el Hijo lo gozaba /que es a
quien pertenecía. / Pero aquello que se entiende, / desta manera decía: / Nada
me contenta, Hijo, / fuera de tu compañía. / Y si algo me contenta, / en ti
mismo lo quería. / El que a ti se parece, / a mí más me satisfacía; / y el que en nada te semeja, /
en mi nada hallaría.
Felicita a Jesús por tener en el Cielo una Familia tan unida: La
Santísima Trinidad.
Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar el mundo, sino
para que el mundo se salve por Él (Jn 3,16).
Según san Juan de la Cruz el
diálogo entre el Padre y el Hijo continuaba así: Al que a ti te amare, Hijo,
/ a mí mismo le daría, / y el amor que yo en ti pongo, / ese mismo en él
pondría, / en razón de haber amado / a quien yo tanto quería.
Dile a Jesús que te quieres parecer a Él para recibir el Amor del
Padre.
Propósito: parecerme a Jesús.