Dos endemoniados salieron de entre los sepulcros y fueron a su
encuentro. Eran tan feroces, que nadie se atrevía a pasar por aquel camino. (Mt
8, 28)
¡Qué
valentía la de Jesús! No tiene miedo de pasar por donde están esos pobres
poseídos. Y cómo habría de tener miedo, si es el Hijo de Dios. Los hijos de
Dios son capaces de afrontar todos los peligros que se presenten porque se
sienten respaldados por su Padre Celestial. Muchas veces yo también tengo miedo,
y lo peor es que en ocasiones ese miedo es ante cosas sin importancia. A veces
es miedo a decir la verdad, otras a que se den cuenta que tengo algún defecto o
simplemente a que descubran quién soy realmente.
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Si de verdad quieres ser valiente, piensa: soy hijo de Dios
Entonces los demonios salieron de los hombres, se metieron en los
cerdos y toda la piara se precipitó en el lago por un despeñadero y los cerdos
se ahogaron. (Mt 8, 32).
Jesús
libera a los endemoniados con la fuerza de su palabra. Mis miedos, mis temores
grandes o pequeños, también son como pequeños diablillos que no me dejan
tranquilo. A veces sólo tú, Jesús, sabes lo que hay en mi corazón de niño o
adolescente: por qué no quiero apagar la luz (temo a la oscuridad), por qué no
quiero ponerme esa camisa (temo que se burlen de mí) y tanto temores más (a que
me corte quien tu ya sabes). Voy a confiar en tú palabra, en lo que me dices a
través de mis papás.
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Si Dios está con uno, no hay nada que temer
Propósito: no más
miedo a la oscuridad, o a que se burlen…