“¿Podrán beber el cáliz que yo he de beber?” Ellos contestaron: “Sí
podemos” (Mt 20, 22).
Siempre
me ha gustado la respuesta de los hijos de Zebedeo. Su mamá te ha pedido que se
siente uno a tu derecha y el otro a tu izquierda cuando estés en tu Reino. Con
razón les entró envidia a los otros apóstoles. A mí también me gustaría estar a
tu lado en tu Reino. Ya sé que me vas a hacer la misma pregunta ¿y estarías
dispuesto a…? Te miro a los ojos, Jesús, y pienso: cómo no habría de estarlo si
pase lo que pase Tú siempre vas a continuar a mi lado. ¡Por supuesto que
estaría dispuesto a beber tu cáliz!
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Me haré
un bebedor empedernido, pero de la copa que bebe
Jesús.
El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y
el que quiera ser el primero, que sea su esclavo (Mt 20, 26-27).
Ya
me hacía yo bebiendo tu cáliz y sentado tranquilamente a tu lado en el Reino.
Pero no, de estar sentado nada. Para sentarse no hace falta valentía. Para
servir, en cambio, si hay que andar sin cuentos. Un día alguien me dijo que en
el fondo muchos son comodones por miedo. Miedo porque son tan torpes que al
servir lo terminan botando todo. Miedo a que les digan “¿es que no tienes
dinero para que alguien te haga las cosas?”, miedo a tener que esforzarme.
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Cara dura también
para servir.
Propósito: Como con
la obediencia, servir a la primera.