viernes, 6 de noviembre de 2020

¡Alégrense conmigo!

 

Solían acercarse a Jesús todos los publicanos y los pecadores a escucharle. Y los fariseos y los escribas murmuraban entre ellos: «Ése acoge a los pecadores y come con ellos»”
(Lc 15,1).

Jesús, eres amigo de pecadores, eres mi amigo ¡Cómo me consuela! Son tantas mis debilidades… Y vienen a mi cabeza esos bonitos versos de Lope de Vega: Pastor que con tus silbos amorosos / me despertaste del profundo sueño, / Tú que hiciste cayado de ese leño, / en que tiendes los brazos poderosos, / (…) Oye, pastor, pues por amores mueres, / no te espante el rigor de mis pecados, / pues tan amigo de rendidos eres.

Dile a Jesús que te perdone tus pecados y que te incluya en su lista de amigos.

Y cuando la encuentra se la carga sobre los hombros, muy contento; y al llegar a casa, reúne a los amigos y a los vecinos para decirles: «¡Felicitadme! he encontrado la oveja que se me había perdido»
(Lc 15,5-6).

Jesús, mis amigos, más que ovejas, están como cabras, o peor, como cabritos. Lo malo es que, a veces, les da por ejercer de cabras, o de cabritos y cuando se juntan en rebaño hacen cosas terribles. Jesús, que no me olvide que yo también he sido cabra/ito. No hiciste ascos de mis heridas y me llevaste sobre tus hombros. Jesús, ayúdame a ayudar a mis amigos/as-cabras/itos/itas…

Dile a Jesús que le vas a llevar el rebaño de tus amigos perdidillos.

Propósito: aprender como Jesús a silbar “silbos amorosos”.