domingo, 29 de noviembre de 2020

¡Velad!

 

Velad entonces, pues no sabéis cuando vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a la medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos
(Mc 13,33-34).

Jesús, la otra noche tuve un sueño feo. Soñé que recibía un regalo muy bien envuelto. El paquete era bastante grande y lo desenvolví con cuidado para no romper el papel. ¡Maniático que es uno! No es que el envoltorio fuera muy historiado, no; era un vulgar papel café. Cuando por fin, con mucho esfuerzo, conseguí quitar todos los tapes —sin romperlo—, e iba a sacar el contenido del paquete… me desperté. ¿¡Qué desilusión!? No. Entonces comprendí claramente, de golpe, que el regalo que Dios me quería hacer era el nuevo día y que mi tarea consistía en ir descubriéndolo, desenvolverlo poco a poco: la Sta Misa, el desayuno de Corn Flakes, la sonrisa de mi hermana, mis amigos, la pizza al mediodía… Jesús, cada día estoy rodeado de tanta belleza… Qué me dé cuenta.

Jesús, que bueno eres: me hablas hasta en los sueños.

Lo que digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!
(Mc 13,37).

Aquella otra niña, cuando era su cumpleaños, nada más despertar, buscaba el regalo que Dios le tenía preparado: a veces era un pajarito que cantaba, otras un arco iris, los cristales de la habitación empañados. Jesús, que sepa descubrir las bellezas que cada día encierra.

Jesús, tú eres el mejor regalo.

Propósito: ser agradecido.