María,
tomando una libra de perfume muy caro, de nardo puro, ungió los pies de Jesús y
los secó con sus cabellos. La casa se llenó de la fragancia del perfume (Jn 12,
3).
Jesús,
¡cómo te quiere María! ¡Qué detalle! Tú la miras con infinito cariño y la
dejas hacer. No es tanto la calidad del perfume muy caro de nardo puro sino el
amor que María pone. Está demostrándote que vales más para ella que todo lo que
cuesta aquel perfume tan caro. Jesús, y yo, ¿cómo te demuestro mi amor? ¿En qué
se concreta? Me miras, también con cariño, como a María, y me susurras al oído:
Obras son amores y no buenas razones.
¿A
qué huelo? ¿Con qué buenas obras de amor perfumo mi vida?
Dijo
entonces Judas Iscariote, uno de los discípulos, el que iba a entregarle: ¿Por
qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los
pobres? (Jn 12, 4-5).
Jesús,
la misma historia de siempre. Ahora algunos tampoco entienden que los
cristianos queramos darte lo mejor. No siempre es el amor a los pobres, lo que
les lleva a pensar así, como no lo era el caso de Judas. Es simplemente falta
de Fe, visión humana, que impide luego amar de verdad a los pobres. Jesús, que
sea generoso contigo, no sólo con el dinero, sino también con mi tiempo… y así
te podré ver en cada uno de los pobres.
Hasta
los 10 minutos, piensa en obras de amor a Dios y a los demás.
Propósito: No ser tan
tacaño con Dios.