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Un
hombre tenía dos hijos: el más joven de ellos… (Lc 15, 11).
Una
antigua leyenda hebrea cuenta la historia de dos hermanos amantísimos que
recibieron la herencia paterna. Al mayor le correspondió el campo más difícil
y al menor el campo mejor. Su padre antes de morir les dijo que recordaran
siempre que serían sus hijos, y que entre ellos siempre serían hermanos. Con la
primera cosecha el mayor decidió llevarle parte de su trigo en secreto al granero
de su hermano por la noche. Y al menor se le ocurrió lo mismo. Los dos se
fueron a la cama muy felices…
Jesús,
no merezco tantas cosas buenas. Y lo mejor de todo: mis herman@s.
Y
corriendo a su encuentro, se le echó al cuello y lo cubrió de besos (Lc, 15,
20).
Jesús,
y yo, tantas veces, me echo al cuello de mi hermano, pero para estrangularlo...
Sigue la historia: Al día siguiente comprobaron que seguían teniendo mucho
trigo y ambos decidieron repetir la operación pero añadiendo además dos jarras
llenas de aceitunas. Se cruzaron en la oscuridad sin verse y lo dejaron todo en
el granero del otro. La tercera mañana se sorprendieron porque no menguaban sus
bienes. Aquella noche, con una espléndida luna llena, cada uno cargó su burro
con un odre de vino y salió camino del granero del otro. Se encontraron a mitad
del camino y se abrazaron llorando de emoción recordando a su padre y alabando
a Dios.
Jesús,
que me dé cuenta que ser Hijo de Dios es tener muchos hermanos.
Propósito: ayudar a
mis herman@s.