sábado, 22 de octubre de 2011

Un Dios que no se entiende, porque sabe más


Se presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Pensáis que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos porque acabaron así? (…) Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé» (Lc 13, 1-2.4).
Jesús, me da alegría comprobar que estabas al día. Aquello de la torre y lo de los galileos asesinados era el tema de conversación de todos. No estabas al margen de los acontecimientos de tus contemporáneos, como ahora tampoco estás al margen de lo que sucede: la liga del fútbol, la moda, el Google Plus, la crisis económica…
u  Comenta con Jesús la noticia del día, lo que más te haya impresionado; también puede ser de fútbol.
¿Pensáis que eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no (Lc 13, 4).
Jesús, pero ¿Por qué existe el mal? ¿Por qué mueren niños inocentes? Si eres todopoderoso ¿Por qué no nos ahorras tanto sufrimiento, tanto dolor?... Es un misterio. La explicación debe ser parecida, digo yo, a cuando llevamos a mi hermano de un año al pediatra. Nada más ver la bata blanca se pone a llorar pues sabe lo que le espera: ¡otra vacuna! Por mucho que se lo explique, que el médico es bueno, patatín patatán, no lo entiende. No lo puede entender. ¿No será, Jesús, que de vez en cuando pones una vacuna?
u  Jesús, que no te eche la culpa de todo lo malo que pasa.
Propósito: Nunca reclamarle a Dios.