Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo
Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca sino que tenga Vida
Eterna (Jn 3, 14).
Si leo despacito esa frase del
Evangelio, Jesús, me quedo patidifuso, pasmado, atontado, lelo, tarado, etc.
Tan grande es el amor de Dios Padre por nosotros los hombres, por mí, que nos
da lo mejor que tiene, es decir a su Hijo Unigénito. Jesús, ¡qué grande es tu
Padre, mi Padre Dios! Ante este amor que se desborda en generosidad me pongo
colorado de pensar lo egoísta, agarrado y codo que soy con Dios. En vez de
darle a Dios algo, lo único que hago es pedir, pedir y pedir. ¡Ayúdame, Jesús,
a ser generoso!
u ¿En
qué cosas no eres generoso con Dios? Háblalo con Jesús.
Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar el
mundo, sino para que el mundo se salve por Él (Jn 3,16).
Jesús, tu si que eres el mejor amigo. Ahora me explico
esa amistad tan buena y fuerte que había entre don Pedro y San Josemaría. Como
los dos eran muy amigos tuyos se sabían querer de verdad entre los dos. Yo sigo
con lo mismo de ayer y te vuelvo a pedir que me ayudes a querer bien a los
demás, que sepa rezar por mi familia y mis amigos, que los lleve a Ti y les
hable de la Confesión y de la Eucaristía.
u Platícale
a Jesús sobre tu familia y tus amigos. Concreta cómo ayudarles y quererles mejor.
Propósito: Querer bien a los demás.