miércoles, 7 de octubre de 2015

Nuestra Señora del Rosario. Más que Tú, solo Dios

Por eso desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones (Lc 1, 48).
Miguel de Unamuno, en 1929, durante su destierro en Hendaya (Francia) iba cada día a orillas del mar: leía el evangelio de San Juan y contem­plaba nostálgico la costa de su añorada España. Las olas que, incansa­bles, irrumpían en la playa, le recordaban el paso lento de las cuentas de un “Rosario”: un rosario cósmico rezado por el mar. Y es que el Rosario es como el eco de una ola que choca contra la orilla, la orilla de Dios… y otra ola que viene de Dios: Dios te salve María…, una ola viene; Santa María… otra ola va.
Jesús: hago el propósito de rezar cada día con más cariño el Rosario.
Porque ha puesto los ojos en la humildad de su esclava (…) ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso (Lc 1, 48-49).
¿Quién se ha cansado jamás de ver y oír el mar? La vuelta monótona de las olas rompiéndose en espuma blanca en la orilla es una melodía que nunca cansa. El rezo diario del Rosario, la repetida repetición de palabras de amor a nuestra Madre, nunca cansa: Dios te salve, María / las olas vienen; / Santa María, / las olas van. // Dios te salve, María, / rezan las olas; / Santa María, reza la mar. // Dios te salve, María, / es el Rosario, / Santa María, / sin acabar. // Gloria al Padre; un punto / sonríe el Padre, / y reza el mundo, /Amén, / y Dios también (Unamuno, Cancionero. Diario Poético).
Dale gracias a Jesús por su Madre.

Propósito: hacer olas.