domingo, 11 de octubre de 2015

Tú no quieres a Dios, tú solo cumples mandamientos

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acer­có uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: –Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? (Mc 10, 17).
Jesús, acabas de bendecir a los niños de aquel pueblo. Se te hace tar­de y tienes que irte. Te acompañan los lugareños, cuando de repente aparece el hombre-bala: se le acercó uno corriendo, se arrodilló…. Jesús, no sé, pero cuando considero la actitud del joven rico me parece cada vez más falsa. Sobreactúa, es teatrero. Recuerda a lo que hacen algunos delanteros para celebrar un gol: van corriendo al corner y se deslizan de rodillas sobre la hierba... ¿Pero por qué espera a que salgas de la ciudad? ¿No pudo hablar antes contigo de forma más discreta? Eso de ir corriendo y ponerse de rodillas, montar el numerito me parece algo forzado.
Jesús, no solo fue por las riquezas. El chico se quería demasiado.
Todo esto lo he guardado —le dijo el joven— ¿Qué me falta aún? (Mt 19, 20).
En el fondo el chico lo que buscaba era quedar bien. Un bienqueda. Está orgulloso de sí mismo, le gusta ser el centro y lo manifiesta claramente: ¿Cuáles?... ¿Qué me falta aún?... –Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño. Pobre. No estaba preparado para seguir a Cristo. Es el peligro de reducir la fe a cumple-mandamiento. Jesús, sin darme cuen­ta yo también pretendo comprarte cumpliendo mandamientos.
Dile a Jesús que la cosa más monstruosa es un cumple-mandamientos.

Propósito: no ser bienqueda ni cumple-mandamientos.