María exclamó: Glorifica mi alma al
Señor, y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador (Lc 1, 46).
Hoy celebramos que María llegó al cielo, y como el Evangelio sólo
nos narra la vida terrena tuya, Jesús, no se nos cuenta ese gran día. Oímos en
Misa el encuentro de María y su prima Santa Isabel. Tú, Señor, no lo viste,
porque ibas en el seno purísimo de tu Madre. Pero si ese día fue alegre,
infinitamente más lo fue el día que la recibiste en el Cielo, con su cuerpo y
con su alma. ¡Cómo ibas a permitir que, al acabar su vida enterraran su cuerpo,
el cuerpo que te había llevado! Por eso te alegra tanto que queramos a la
Virgen y que tengamos alguna imagen que nos recuerde de Ella, y que quememos
cohetes…
Lo
que más alegra a Jesús es que tengamos el alma como la tiene María, es decir
limpísima. ¿Estoy bien confesado?
Porque ha hecho en mí cosas grandes el
Todopoderoso, cuyo nombre es Santo. (…) Derribó a los poderosos de su trono y
ensalzó a los humildes (Lc 1, 49.52).
Madre de Jesús y Madre nuestra, tú eres la más humilde y por eso
Dios te escogió y te llevó a lo más alto del Cielo. Allí estás esperándonos.
¡Qué mala es la soberbia! Lo que pasa es que tantas veces no me doy cuenta de
que tengo un “ego” inmenso, y pienso que todo lo hago bien, que soy yo el que
siempre lleva la razón.
Dile
a la Virgen que te enseñe a ser humilde.
Propósito: Alma
limpia y humilde. Y llevarle una flor a la Virgen.