Y cuando se acercó, al
ver la ciudad, lloró sobre ella (Lc 19, 41).
Jesús,
pero cómo, ¿Tú también lloras?; ¿Cómo es posible? ¡Si eres Dios! Sin embargo,
me parece que no es la primera vez -eres reincidente-, también lloraste por tu
gran amigo Lázaro. Jesús se estremeció en su interior, se conmovió y (…)
comenzó a llorar. Decían entonces los judíos: Mirad cómo le amaba (Jn 11,
33-35). San Josemaría nos recuerda: Jesús es tu amigo. -El Amigo. —Con corazón
de carne, como el tuyo. —Con ojos, de mirar amabilísimo, que lloraron por
Lázaro... Y tanto como a Lázaro, te quiere a ti (Camino 422).
Dile a Jesús que por nada del mundo quieres hacerle llorar.
Lloró sobre ella,
diciendo: ¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz!; sin
embargo, ahora está oculto a tus ojos (…) porque no has conocido el tiempo de
la visita que se te ha hecho (Lc 12, 20).
Jesús,
lo que más te duele de los hombres, de mí, lo que más te hace llorar es la
ingratitud, la ceguera. Jesús, quieres traer la paz, la alegría a mi corazón y
yo me empeño en no verte, en hacerme el loco, como que no te veo. Jesús,
visitas mi alma en la Comunión, en la Confesión, cuando hago un rato de
oración. Jesús, quítame las vendas de los ojos. ¡Que te sepa reconocer!
Termina diciendo que sólo le vas a hacer llorar de risa, de
alegría.
Propósito: hacer
llorar a Jesús… pero de risa.