viernes, 11 de enero de 2019

Alegría de la buena


Se le acercó a Jesús un leproso para suplicarle de rodillas: “Si tú quieres, puedes curarme”. Jesús se compadeció de él y, extendiendo la mano, lo tocó y le dijo: “¡Sí quiero: sana!” (Mc 1, 40-41).
La lepra es una enfermedad sumamente contagiosa. En la época de Jesús no tenía cura. La piel se va pudriendo y el olor que esto produce hacía repugnante a los leprosos. Pero a Jesús, el mal olor no le importa, con tal de ayudar. A mi, Jesús, de pequeño me daba asco mi abuelito porque olía feo. Suena horrible, lo sé. Pero mi mamá me ayudó a que­rerle así, y le pude tratar con cariño hasta el día en que murió. No sé si hoy día aún sigo sintiendo “asco” por algunas personas. Pero quisiera quitármelo, Jesús.
¿Hay alguna persona que te de repugnancia?
Aquél hombre comenzó a divulgar tanto el hecho, que Jesús no podía ya entrar abiertamente en la ciudad, sino que se quedaba fuera, en lugares solitarios, a donde acudían a él de todas partes. (Mc 1, 45).
¡Qué contento se quedó el leproso, después de que Jesús lo curó! Hacer feliz a alguien es un sensación tan increíble, que una vez la has probado, quieres volverlo a intentar. La mirada de agradecimiento de un mendigo cuando le das de comer, o un anciano solitario, al que llegas a visitar. Creo que debo hacer más obras de misericordia.
¿Has experimentado la alegría de hacer feliz a alguien?
Propósito: pensar en alguien al que voy a hacer feliz hoy.