En aquel tiempo, estaba Juan el
Bautista con dos de sus discípulos y, fijando los ojos en Jesús que pasaba,
dijo: “Este es el cordero de Dios”. Los dos discípulos lo oyeron decir esto y
siguieron a Jesús. (Jn 1, 35-37).
Cuando escucho estas palabras del Evangelio, no sé por qué, pero
me voy con la imaginación a la Santa Misa. El Sacerdote levanta la hostia,
justo antes de la Comunión. Nos la muestra partida, entre sus manos, a punto de
ser consumida. Es Jesús, el “cordero de Dios”. Como el Cordero que comían los
Israelitas en la noche de la Pascua. Un cordero que recordaba que los
Israelitas habían sido liberados de Egipto. Este otro Cordero, en cambio,
libera, pero del pecado.
Cada
palabra, cada gesto de la Misa esconde un tesoro.
El se volvió hacia ellos y, viendo que
lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?” Ellos contestaron: “¿Maestro, donde
vives?”. El les dijo: “Vengan lo verán”. Se fueron con él, vieron dónde vivía y
se quedaron con él aquel día (Jn 1, 38-39).
En la Misa, Jesús también pasa por delante nuestro. Lo hace con la
Palabra, en la primera parte, cuando se hacen las lecturas; que dicho sea de
paso, a veces me cuesta estar atento y no distraerme con el celular. Sale
también a nuestro encuentro en el Pan. Es decir, cuando le recibimos en la
comunión. Viene a nuestra casa, a nuestra alma; se queda con nosotros. Jesús,
quiero cuidarte con más cariño después de comulgar.
Piensa
en algunas palabras de cariño para decir al comulgar.
Propósito: no llevar el celular a Misa.