Un hombre que tenía un espíritu
inmundo, y se puso a gritar: “¿Qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? ¿Has
venido a acabar con nosotros? Sé quién eres: El Santo de Dios”. Jesús lo
increpó: “Cállate y sal de él”. (Mc 1, 23-25).
El pobre hombre aquél, tenía un espíritu inmundo: un espíritu
sucio, malvado. Quién lo iba a pensar: quien está sucio, se siente incómodo
quienes están limpios, y más aún si además son capaces de limpiarlo. ¿Será por
eso, Jesús, que las personas que se portan mal, no se suelen llevar con los que
se portan bien? Les dicen de todo: que son unos aburridos, que no saben
divertirse, y más cosas por el estilo.
¿Cuándo
fue la última vez que dejaste que Jesús te bañara y limpiara el alma?
El espíritu inmundo lo retorció y,
dando un grito muy fuerte, salió. Todos se preguntaron estupefactos: “¿Qué es
esto? Este enseñar con autoridad es nuevo. Hasta a los espíritus inmundos les
manda y le obedecen”. (Mc 12, 27)
Unas pocas palabras bastaron para que quedar limpio aquél hombre.
El espíritu inmundo que lo poseía se fue corriendo al escuchar tu voz, Jesús.
Unas pocas palabras también bastan para que después de decir los pecados, el
sacerdote los perdone en tu nombre. A veces da pena confesarse. ¿No será que tanta
suciedad hace olvidar qué bien se siente estar limpio?
Al
realizar obras buenas se preserva la limpieza de tu alma.
Propósito: Bañarse con regularidad