viernes, 8 de marzo de 2019

Jesús, es que te comería a besos


Se acercaron los discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos a menudo y, en cambio tus discípulos no ayunan? (Mt 9,14).
Jesús, yo siempre tengo hambre, como los discípulos de Juan. Mi madre me llama el hambriento. No como, devoro. Pero no es solo hambre de pizza, papas fritas y de chocolates, sino también hambre de Ti Jesús, ¡qué ganas tengo de comerte! ¡Con que ilusión estoy pre­parando la próxima comunión! Tenemos un montón de cosas de que hablar. ¿Te acuerdas de aquella vez en que me decías…? ¿O cuando pensaba que estaba solo y te buscaba…?
Recita despacio, por dentro, paladeándola, la Comunión Espiritual.
Jesús les dijo: ¿Es que pueden guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? (Mt 9,15).
Recordaba aquella niña que cuando tenía solo 5 ó 6 años, el sacerdo­te del Colegio les explicó la presencia real de Jesús en el sagrario. Se le quedaron grabadas las palabras: Este es el Pan vivo. Quien come de este pan vivirá para siempre. Por eso, cada día, en el desayuno, se fijaba en sus papás. No se quedaba tranquila hasta que les veía comer pan. -¡Ah! Han comido pan, menos mal. Entonces mis papás no morirán, vivirán para siempre. En su sencillez de niña pensaba que Jesús estaba presente en todos los trozos de pan. Jesús, pero qué hambre tengo de Eucaristía, que ganas tengo de comerte…
Jesús, aunque hoy sea abstinencia, te comería a besos.
Propósito: No perder nunca el hambre… de Eucaristía.