En aquel tiempo fue enviado el Ángel Gabriel de parte de Dios a una
ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un varón llamado
José, de la casa de David, y el nombre de la Virgen era María. Y, habiendo
entrado el Ángel donde ella estaba, le dijo: Dios te salve, llena de gracia,
el Señor es contigo (Lc 1, 26-28).
Jesús, siempre me ha parecido de mala
educación y de mal gusto, eso de curiosear en la vida de los demás, pero hoy…
hago una excepción: ¿Cómo fue la Anunciación? ¿Qué dijo tu Madre? ¿Se puso
colorada? Quiero saberlo todo. A veces, también les pregunto a mis papás cómo
se conocieron, quién tomó la iniciativa… Entonces se miran con ojos de
complicidad y se nota que les palpita el corazón. Yo entiendo que cada
Avemaría, dice San Josemaría cada saludo a la Virgen, es un nuevo latido
de un corazón enamorado (Forja, nº 615).
Recuerda a María el momento más feliz, cada día, al
rezar el Ángelus.
María contestó: Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu
palabra. Y la dejó el Ángel (Lc 1, 38).
¡La esclava del Señor! ¡La sierva de Dios!
La criatura más excelsa, la más perfecta, la Santísima Virgen, hace del
servicio el centro de su existencia. Esto no todo el mundo lo entiende. Hace
falta tener mucha finura interior, mucha delicadeza y mucha categoría humana:
Sólo son capaces algunas almas privilegiadas. Y yo,
¿lo entiendo? Pues entonces…
Agradece a la Esclava del Señor entender, y luego
poder servir.
Si no lo entiendo, pedir a San Gabriel que me lo explique.