lunes, 4 de marzo de 2019

Tú no quieres a Dios, tú cumples mandamientos


En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acer­có uno corriendo, se arrodilló y le preguntó: –Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? (Mc 10, 17).
Jesús, acabas de bendecir a los niños de aquel pueblo. Se te hace tarde y tienes que irte. Te acompañan los lugareños, cuando de re­pente aparece el hombre-bala: se le acercó uno corriendo, se arrodilló…. Jesús, no sé, pero cuando considero la actitud del jo­ven rico me parece cada vez más falsa. Sobreactúa, es teatrero. Recuerda a lo que hacen algunos delanteros para celebrar un gol: van corriendo al corner y se deslizan de rodillas sobre la hierba... ¿Pero por qué espera a que salgas de la ciudad? ¿No pudo hablar antes contigo de forma más discreta? Eso de ir corriendo y ponerse de rodil­las, montar el numerito me parece algo forzado.
Jesús, no solo fue por las riquezas. El joven se quería demasiado a sí mismo.
Todo esto lo he guardado —le dijo el joven— ¿Qué me falta aún?
En el fondo lo que buscaba era quedar bien. Está orgulloso de sí mis­mo, le gusta ser el centro y lo manifiesta claramente: —¿Cuáles?... ¿Qué me falta aún?... –Maestro, todo eso lo he cumplido desde pe­queño. Pobre. No estaba preparado para seguir a Cristo. Es el peligro de reducir la fe a cumplir mandamientos. Jesús, sin darme cuenta yo también pretendo comprarte cumpliendo mandamientos.
Dile a Jesús que la cosa más monstruosa es un cumple-mandamientos.
Propósito: no ser un cumple-mandamientos.