Al oír estas cosas,
todos en la sinagoga se llenaron de ira, y se levantaron, lo echaron fuera de
la ciudad, y lo llevaron hasta la cima del monte (…) para despeñarlo (Lc 4, 28-29).
“Quien dice las verdades, pierde las
amistades” dice el refrán, y a Ti, Jesús, te pasó igual. Les dijiste las cosas
claras, y con cariño, y se enojaron. Lo entiendo, porque a mí me pasa un poco
así: mis papás, un profesor o un sacerdote me dicen –con cariño y por mi bien–
algo, y me enojo, no llego a desearles la muerte –“despeñar” es tirar por un
barranco– pero casi… Y alguna vez, tengo que reconocerlo, no he hecho oración
porque me asusta que me corrijas en algo, que me pidas que cambie. Ayúdame,
Jesús, a no ser tan resentido, ni a creerme la gran cosa.
Agradecer a Jesús
las últimas correcciones recibidas.
Pero Él, pasando por
medio de ellos, seguía su camino (Lc 4, 30).
Jesús, vienes a la tierra para morir
por nosotros, pero mientras llega “tu hora” (cfr. Jn 7, 30), primero nos
enseñas muchas cosas y curas a tantos. El día que fueron a matarte te dejaste
capturar, pero antes, sólo diciendo “yo soy”, los soldados “retrocedieron y
cayeron por tierra” (Jn 18, 6); y podías entonces haberlos convertido en
cucarachas o simplemente escapar caminando por medio de ellos. Gracias, Jesús,
por morir por mí, pero a “tu hora”; ayúdame a mí a hacer cada cosa a “mi hora”,
porque así te imito a Ti. Que me esfuerce en vivir un horario.
¿Tienes un horario?
Propósito: Cada cosa
a su hora.