Le envolvió de esplendor una luz del cielo. Cayó al suelo y oyó
una voz que le decía: –Saulo, Saulo. ¿por qué me persigues? Respondió: ¿Quién
eres tú, Señor? Y Él: –Yo soy Jesús, a quien tú persigues (Act 9, 3-5).
―Fue en el camino de
Damasco…, diría más tarde San Pablo, ―también yo fui alcanzado por Cristo.
Aquel encuentro nunca se le olvidaría. Otro Apóstol y otro encuentro: el
discípulo amado, también S. Juan recordaba con detalle y cariño aquel momento:
—“Era alrededor de la hora décima” (Jn 1, 39) ¿Cómo se le podía olvidar
el instante más feliz de su vida? Jesús, sigues pasando y paseando entre los
hombres… y sigues haciéndote el encontradizo. Jesús, ¡encuéntrame!, ¡porfa!
Recuerda a Jesús ese
momento inolvidable en que os encontrasteis.
Saulo, hermano, me ha enviado el Señor, Jesús, el que se te
apareció en el camino por donde venías, para que recobres la vista y te llenes
del Espíritu Santo (Act 9, 17).
No fue un Arcángel, ni
siquiera un Angelote en EPS* de la U. (*Ejercicio Profesional Supervisado). El
enviado fue un viejo feo y calvo: Ananías (¡disculpá, mano!). “Saulo,
me ha enviado el Señor…”. Jesús, y yo sigo esperando…. ¿Y no será, quizá,
ese Padre chaparrín el que me haga recobrar la vista y me llene del Espíritu
Santo?
Señor ¿busco quién me
“gradúe” la vista? ¿Quiero ver?
Propósito: Preguntar por una jornada médica de oftalmología.