Un sábado atravesaba el Señor un sembrado; mientras andaban los
discípulos iban arrancando espigas» (Mc 2, 23).
Jesús, hay que tener
bastante hambre para comerse crudos los granos de trigo... ¿Tanta hambre
pasabas Tú y tus discípulos? “Porque eran tantos los que iban y venían que
no encontraban tiempo ni para comer” (Mc 6, 30-32). Jesús, no quieres que
yo pase hambre —estás en pleno crecimiento, me dices— pero si alguna vez
llega, me acordaré de Ti: “Bienaventurados los hambrientos porque quedarán
saciados” (Mt 5, 6). Ahora que he vuelto al colegio y que ir a Misa es tan
fácil, quiero tener hambre de Ti, que no se me pase la hora… sé que te
necesito, eres el Alimento que da la Vida Eterna; y como soy tan débil necesito
alimentarme a diario.
Jesús, dame hambre de Ti
y sáciame en la Eucaristía.
Muy de mañana, cuando volvía a la ciudad, sintió hambre. Viendo
una higuera junto al camino se acercó (Mt 21, 18-19).
Jesús, Tú también
tienes hambre, y te acercas a mí, buscas en qué te puedo ayudar y me pides… Lo
que pasa es que yo soy una higuera muy especial, soy una higuera escurridiza,
con pies, que sale corriendo… porque sé que ponerme cerca de Ti tiene sus
riesgos… Por eso se me da muy bien el pedirte –en la Comunión, al hacerTe la
Visita, cuando Te saludo o me despido de Ti al llegar al Colegio–; y tantas
veces noto que te acercas a mí, que buscas algo de mí, que me necesitas para
ayudarTe… y entonces me entran las prisas: perdóname, Jesús, porque no sacio tu
hambre.
Jesús, que “higos”
necesitas de mí.
Propósito: Dejar que Jesús me pida en la Comunión.