Cuando el sábado
siguiente fue a la sinagoga a enseñar, se quedaron asombrados de su doctrina,
porque no enseñaba como los escribas, sino con autoridad (Mc 1, 21-22).
Aquella monjita había
dedicado toda su larga vida a la docencia en distintos colegios, con fama de
buenísima profesora. Llevaba ya unos años jubilada cuando inesperadamente
sufrió un derrame cerebral. El sacerdote que le administró la Unción de
Enfermos quiso saber el secreto de su éxito: —¿Por qué siempre te han
querido tanto tus alumnas? (era una realidad constatable). Respuesta —Porque
yo las quiero mucho. —¿Y con las más rebeldes? (su especialidad eran las
adolescentes indómitas). Respuesta: —A esas las quiero mucho más. Es la
autoridad que da el Amor, porque, no lo podemos olvidar: sólo el Amor es
digno de Fe.
Pide a Jesús un corazón
tamaño camioneta, donde quepa mucha gente.
Todos se preguntaron
estupefactos: ¿Qué es esto? Este enseñar con autoridad es nuevo (Mc 1, 27).
Jesús, Tú enseñabas con
la autoridad del que sabe amar. Puede más el cariño que dos horas de pelea, “porque
—como decía San Juan de la Cruz— donde no hay amor, pon amor y sacarás
amor”. Y es que, Señor, cuando creo que tengo razón y añado la fuerza,
pierdo la razón…
Pregunta a Jesús: ¿Dónde
tengo que poner más amor? y terminas.
Propósito: Sin ser empalagoso, querer querer.