lunes, 10 de febrero de 2014

“Acariciar” a Dios en cada comunión

Colocaban a los enfermos en la plaza, y le rogaban que les dejase tocar al menos el borde de su manto (Mc 6,56).
Jesús, a veces me lleno de envidia por la suerte que tuvieron algunos de tus contemporáneos: oír tu voz, disfrutar de tu sonrisa, ver tu rostro... Se conformaban con poco, tan sólo con tocar el borde de tu manto y... ¡quedaban curados! Jesús y yo, que te recibo en la Eucaristía, no me conformo con tocarte, en cada Comunión quiero acariciarte con mis obras buenas en mi alma para que también me cures.
·        Jesús, ¡qué ganas tengo de comulgar! ¿Por qué no voy más a Misa?
Y los que lo tocaban se ponían sanos (Mc 6,56).
Contaba San Josemaría que una vez en Zaragoza pasó por delante de un bar llamado Gambrinus, y vio que dentro del local estaba un famoso torero. Algunos niños se acercaron a la multitud que rodeaba a aquel personaje popular, y uno de ellos salió corriendo gritando exultante: ¡Lo he tocado!, ¡lo he tocado! Le impresionó aquella escena a San Josemaría, y le sirvió para reflexionar sobre el hecho de que cada día tocamos a Jesús en la Eucaristía. Jesús, ¡qué suerte más grande tengo! ¿Lo aprovecho? En cada Comunión ¡toco a Dios!
·        Después de la Comunión me quedaré un ratito con Jesús, dando gracias.

Propósito: acariciar a Dios.