Cualquiera que os dé de beber un vaso de agua en mi nombre, porque
sois de Cristo, en verdad os digo que no perderá su recompensa (Mc 9, 41).
Jesús, soy un cazador
de recompensas, como en las películas de vaqueros. Mira, en este mes, no
sólo he servido el agua en la mesa, sino que también, he regado los tiestos de
mi madre, he lavado el coche de papá, me he hecho la cama todos los días…
¡Tantas cosas buenas! Jesús, ¿qué me he ganado de recompensa...? ¿Sabes
una cosa?, pensándolo bien no quiero más recompensa que tenerte a ti,
parecerme a ti Jesús, que no te pierda nunca, que no pierda mi Recompensa.
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Agradece
a Jesús tantas cosas buenas y exígele tu Recompensa.
Y al que escandalice a uno de estos pequeños que creen en mí, más
le vale que le pongan al cuello una piedra de molino, de las que mueve un asno,
y sea arrojado al mar. (Mc 9, 42)
Jesús, ¡qué tonto soy! A
veces me da por ser mayor y me pongo a ridiculizar delante de los demás la
piedad e inocencia de los niños más pequeños: cuando van a Misa, hacen la
Visita, voy, —idiota de mí—, y me río de ellos... Y lo hago sólo para quedar
bien delante de mis amigos. Jesús, te pido perdón por si alguna vez he podido
escandalizar a alguien, y más si fuera un niño.
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¿Evito
dar mal ejemplo, el escándalo, especialmente con los niños?
Propósito: ganar la mejor recompensa.