Habéis oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo.
Pero yo os digo: Amad a vuestro enemigos y rezad por los que os persigan, para
que seáis hijo de vuestro Padre que está en los Cielos, que hace salir su sol
sobre buenos y malos (Mt 5, 43-44).
Jesús, quiero pertenecer a
tu familia, ser hijo de tu Padre, ser tu hermano, parecerme cada vez más a Ti.
A veces me gusta imaginarme que me invitas a tu casa de Nazaret y la Virgen,
“nuestra Madre”, —porque también es mía— nos da de merendar pan con chocolate y
dátiles, que me gustan mucho. Y entonces te pido que en vez de dátiles, que engordan,
me des, mejor, un corazón como el tuyo, que sepa amar a los que no me quieren y
rezar por los que me persiguen.
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Aprovecha
que estás en casa de la Virgen y dile lo mucho que la quieres
Si amáis a los que os aman, ¿qué merito tenéis? (Mt 5, 46).
Jesús, no hay más que
una raza en la tierra: la raza de los hijos de Dios, decía San Josemaría.
Jesús, a veces veo con malos ojos a uno porque es de otra raza, de otra
cultura, de otro país, de otra lengua, o simplemente de otra clase, de otro
curso o de otro colegio. Que aprenda a amar a todos, sin hacer “grumos”,
“grupos cerrados”. Que tenga amistades bien ventiladas, porque todo lo
encerrado acaba oliendo mal.
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Pedir un
corazón grande y bien ventilado.
Propósito: dejar de andar haciendo grupitos.