lunes, 24 de noviembre de 2014

Dale tú lo que le puedas dar

Alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el cepillo del Templo; vio también una viuda pobre que echaba dos monedas pequeñas (Lc 21, 1-2).
Jesús, estabas agotado, fatigado, como mi mamá los días de lavadora. Todo el día predicando sin parar, curando, consolando. Aquel día, des­pués de una larga caminata para llegar a Jerusalén, quizá te pesaban las piernas y te sentaste solo un ratito, junto a la hucha del Templo. El ruido de las monedas te hizo levantar la vista: Vio unos ricos que echaban donativos (...); vio también una viuda pobre que echaba dos monedas pequeñas. -¡Pedro, Santiago, Juan... todos!, ¡pronto, venid! La generosi­dad de aquella mujer borró de golpe el cansancio de Jesús. –Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie. Judas no entendía nada, no podía entender: -Pero si no vale nada lo que ha echado esta mujer, pensaba Judas. Y yo, ¿lo entiendo?
                Dile a Jesús que tú sí lo entiendes (más o menos).
(…) vio también una viuda pobre que echaba dos monedas pequeñas (Lc 21, 1-2).
¿No has visto las lumbres de la mirada de Jesús cuando la pobre viuda deja en el Templo su pequeña limosna? -Dale tú lo que puedas dar: no está el mérito en lo poco ni en lo mucho, sino en la voluntad con que lo des (Camino 829). Mi generosidad, mi entrega, Jesús, es lo que te hace descansar, lo que te consuela. ¿Hasta dónde estoy dispuesto a ser gene­roso con mi tiempo, con mi dinero, con mi vida? ...
                ¿¡Sólo!? ¡Qué tacaño!

Propósito: ser algo más generoso.