Un hombre noble se marchó a un
país lejano para conseguirse el título de rey, y volver después. Llamó a diez
empleados suyos y les repartió diez talentos (Lc 19, 12-13).
Jesús, me
recuerdas a mi mamá, que es un poco repetitiva, pero en el fondo es una santa.
La pobre no hace más que repetirme aquello de los talentos, sobre todo cuando
llegan las notas: -que si no me esfuerzo lo suficiente, -que si yo quisiera,
-que si los sacrificios que hacen para que no me falte nada... Lo peor es
que tiene toda la razón del mundo: ¡Tengo talento! Jesús, me has dado tantos
talentos: simpatía, inteligencia, regate, buen humor… ¡Algo tendré que hacer!
¿No?
Habla con Jesús. Dile que pones todo tu talento a su
servicio.
Repartió diez talentos,
diciéndoles: Negociad mientras vuelvo (Lc19,13).
El Negociad
mientras vuelvo me suena al cartel que a veces pone el peluquero en la
puerta: —Enseguida vuelvo; salí un momento. Jesús, me has dado un tiempo
limitado. No sé cuánto durará mi vida: 100 años, 2 meses, un día más… Sí sé,
que un día regresarás y te pondrás muy contento por el buen negocio que has
hecho conmigo y me dirás Muy bien siervo bueno y fiel… (Lc 19, 17).
Hago el propósito de esforzarme a tope para rentabilizar
mis talentos.
Propósito:
ser rentable.