Pues nadie ha subido al Cielo, sino el
que bajó del Cielo, el Hijo del Hombre (Jn 3, 13).
Jesús, Tú bajaste del Cielo para salvarme en una Cruz. ¿Cómo es el
Cielo?: El Cielo es siempre nuevo, siempre distinto, sin cansancio y sin
empalago. Es toda la luz y el color, es la música y la dulzura, es alegría que
nadie puede ya quitar. El cielo es AMOR. Un amor que no se oxida, un
amor limpio que fascina, embellece, que es siempre como la primera vez. Y
sobre todo, en el Cielo estaré Contigo, Jesús de mi alma, para siempre. Allí,
junto a María la Reina, toda hermosura… en el Cielo, junto a los Ángeles, junto
a millones de almas buenas, eternamente felices… para siempre, para siempre.
Dale a Jesús las gracias por
haberte abierto el cielo con su Cruz.
Es preciso que sea levantado el Hijo del
Hombre, para que todo el que crea tenga vida eterna en él. (Jn 3, 14-15)
Eres lo único que me interesa de Esquipulas: ni el viaje, ni las
cocadas, ni las calcomanías para el carro, ni los sombreritos… ni nada, salvo
Tú. Verte, Jesús, en la Cruz y ver a tu Madre –mi Madre– de los Dolores
haciéndome palpar lo mucho que me quieres, y lo que te ha costado el amarme y
abrirme el Cielo. Quiero creer cada día más en Ti, que ni la tele, ni la Red,
ni los que no van a Misa me la hagan perder la fe… Por eso necesito también
llenar de mi cabeza con tu doctrina: la catequesis, la formación… nunca la
dejaré.
Jesús, en mi cabeza, Tú; si
no, tendré un puro sombrerito.
Propósito: Ir a Esquipulas… y al final al
cielo.