Se levantó un fuerte huracán y las olas
rompían contra la barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido
(Mc 4, 37-38).
Jesús, estabas agotado: largas caminatas de un sitio para otro,
predicando a las multitudes, curando enfermos, cuidando de tus discípulos...
Fue sentarte un momento y quedarte dormido, tan profundo, que ni el rugir de
las olas te despertaban. ¿Con qué soñabas? Quizá conmigo... ¿y por qué no?
Dulces sueños de cosecha madura, y de pescas milagrosas, y de tesOROs
escondidos en los que “yo” soy protagonista ¡¡Scchsss...!! ¡Que nadie le
despierte! Está descansando.
Dile que quieres ser
protagonista de sus sueños para hacerlos reales.
Lo despertaron, diciéndole: ―Maestro, ¿no te importa que nos
hundamos? Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:― ¡Silencio,
cállate! (Mc 4, 38-39).
La barca de Pedro, una vez más, a punto de zozobrar, y Dios, una
vez más, parece dormido. Y el grito, una vez más, de los discípulos: “¿No te
importa que nos hundamos?” Jesús, que las cosas están muy “yucas”; que de
ésta no salimos; que son muchos los enemigos de tu Iglesia; que se pierden
muchas almas... “Él les dijo: (...) ¿Aún no tenéis fe?”. Y una vez más “el
viento cesó y vino una gran calma”. Y la barquichuela de Pedro una vez
más, sigue como siempre, navegando contra viento y marea.
Ser grumete en Su barca,
aunque no vaya al Atlántico ni al Pacífico.
Propósito: “Quien no se embarca, no se
marea”: marearme.