jueves, 5 de enero de 2017

Jesús lee la Biblia y me deja sin habla

Llegó a Nazaret, donde se había criado, y según su costumbre entró en la sinagoga el sábado, y se levantó para leer (Lc 4, 16)
Jesús, yo sé por qué cambió el día de ir al Templo, porque Tú resucitaste el domingo –aunque se puede ir a Misa desde la tarde del sábado–: allí leen las Escrituras, al final el sacerdote lee el Evangelio, lo lee sólo él porque en Misa te presta su cuerpo y voz. Yo y los demás nos paramos para oír el Evangelio porque es tu vida y tu palabra. En Misa primero me alimenta tu Palabra y luego tu Pan, ambos me llenan el alma; y me sienta tan bien y me sirve tanto que no me conformo con aquello de la canción mexicana –“de domingo a domingo te vengo a ver, / cuándo será domingo, Cielito Lindo, para volver”– y consigo ir entre semana.
Quiero no distraerme y escuchar con el alma parada el Evangelio
Y enrollando el libro se lo devolvió al ministro, y se sentó. Todos en la sinagoga tenían fijos en él los ojos (Lc 4, 22-21)
Guttemberg nació muchos siglos después de esto, gracias a su invento ahora tenemos libros que se guardan muy bien. En casa tenemos una Biblia que leo a veces, pero yo tengo mi librito manejable del Nuevo Testamento, –¡qué bueno sería si consigo leerlo a diario cinco minutos!– fijar los ojos en él, leerlo es mirarte a Ti, mi Señor. Me contaron que un san­to cuando lo leía besaba el libro cada vez que salía tu nombre, Jesús; yo al menos voy a besarlo cada día cuando acaben mis cinco minutos mirándote, leyéndote… aunque me ponga colorado.
Señor, quiero inventar cosas para que te puedan conocer muchos

Propósito: Leer y fijarme en Ti… leer y besarte. ¡Ah! y ser inventor.