Había un hombre rico que vestía de púrpura y lino finísimo (Lc
16,19).
Jesús, aquel hombre sería todo
lo rico que quisiera pero, ¡qué mal gusto! O bien le fallaba su asesor de
imagen o bien era daltónico. El caso es que vestía muy mal. Se ve que el buen
gusto no es cosa de todos. Quizá el diseñador de moda de aquellos tiempos le
hacía creer que iba a la “última de Babilonia” y le engañaba. Jesús, yo también
me dejo engañar con las marcas, modas, etiquetas, lo que se lleva o lo que se llevará…
y además digo: Es que, ¡no tengo nada que ponerme…!
¿No puedo desprenderme de algo?
Cada día celebraba espléndidos banquetes. Un pobre, en cambio,
llamado Lázaro, yacía sentado a su puerta, cubierto de llagas, deseando
saciarse de lo que caía de la mesa del rico (Lc 16, 20-21).
Jesús, uno de mis hermanos, el
más pequeño, cuando mi mamá nos prepara filetes “hace bola”. Es decir, el
condenado mastica pero no traga: ¡Mamá tengo bola!, grita. Entonces mi
papá, muy serio, le explica la cantidad de gente que se muere de hambre en el mundo.
Jesús, yo bola no hago pero si estoy lleno de caprichos: que si la cebolla, que
si el arroz... Jesús ayúdame, en esta cuaresma a quitarme tanta tontería. Que
coma de todo sin remilgos.
Cuenta a Jesús tus caprichos para que te ayude a no ser
caprichoso.
Propósito: no hacer “bola” en el alma.