Entonces, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue donde los
príncipes de los sacerdotes, y dijo: ¿Qué me queréis dar a cambio de que os lo
entregue? Ellos le ofrecieron treinta monedas de plata (Mt 26, 14-16).
Jesús, ¡qué mal negocio hizo
Judas! ¡Qué estafa! ¡Le han engañado! También a mí el demonio me quiera
estafar. Como dice San Josemaría: El mundo, el demonio y la carne son unos
aventureros que, aprovechándose de la debilidad del salvaje que llevas dentro,
quieren que, a cambio del pobre espejuelo de un placer —que nada vale—, les entregues
el oro fino y las perlas y los brillantes y rubíes empapados en la sangre viva
y redentora de tu Dios, que son el precio y el tesoro de tu eternidad (Camino
708).
Habla tú con Jesús y dile que nunca te dejarás estafar por el
demonio.
Y mientras comían dijo: En verdad os digo que uno de vosotros me
va a traicionar. Y, muy afligidos, comenzaron cada uno a decirle: ¿Acaso soy
yo, Señor? (Mt 26, 22).
Jesús, los Apóstoles se quedan
muy tristes por tu anuncio de traición. Te quieren de verdad, como yo. Lo han
dejado todo para seguirte, ¿¡cómo yo!?... Pero admiten humildemente la
posibilidad de traicionarte, se sienten débiles, capaces de lo peor. Jesús, yo
también soy capaz de todos los errores y de todos los horrores. Que
sea humilde.
Pregunta a Jesús: ¿Acaso soy yo, Señor…? Y aguanta su mirada.
Propósito: Que mi vida no sea para Jesús una historia de miedo.