La suegra de Simón tenía una fiebre alta, y le rogaron por
ella. (Jesús) conminó a la fiebre, y la fiebre desapareció. Y al instante, se
levantó y se puso a servirles (Lc 4, 38-39).
Jesús,
la suegra de Pedro era una bien nacida. Lo digo por aquello del refrán de que
es de bien nacidos ser agradecidos. Esta mujer pudo haberse quedado en la cama
porque le había dado calentura, pero como estaba tan agradecida se puso a
trabajar. A mí, en cambio, la menor molestia me tiro a la cama: si tengo calor,
si me duele la panza, o un pequeño dolor de cabeza, etc., y si me dio
calentura, ya ni te cuento. Y abandono mi estudio y los deberes de la casa, o
los hago con cara de víctima o de mártir. ¡Gracias, Jesús, por tenerme tanta
paciencia! Y gracias especialmente por curarme.
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Decile a Jesús como son tus “calenturitas”.
Al ponerse el sol, todos los que tenían enfermos con
diversas dolencias, los traían a él. Y Él (…) los curaba (Lc 4, 40).
Tengo
amigos y compañeros, Jesús, que también tienen fiebre. Fiebre por las salidas
nocturnas desenfrenadas, fiebre de pereza, fiebre por el Facebook, el Insta, el
Pinterest, el WhatsApp… Y por eso luego dicen que no tienen tiempo para ir a
Misa, hacer tareas, ni ayudar en su casa. A mí, me gustaría, Jesús, que los
curarás.
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Concreta a quiénes vas a hablarles de la Confesión.
Propósito: Sacarle
cita a tus amigos con el Médico del Alma