martes, 29 de septiembre de 2020

Ser sencillo no es ser tonto

 

Te doy gracias Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque lo has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Si, Padre, porque así te ha parecido mejor (Lc 10,21).

Era un 18 de enero de 1945. Cracovia (Polonia) recién liberada. De aquel soldado ruso aprendí muchísimo —recordaba Juan Pablo II—, sobre la manera con la que Dios se abre camino en el pensamiento de las personas que viven bajo condiciones que niegan sistemáticamente su existencia. No había entrado jamás en una iglesia. Tanto en la escuela como en el trabajo, siempre había oído negar la existencia de Dios. El soldado insistía: —En mi país nos repiten continuamente que Dios no existe. Pero yo siempre he sabido que existe, y ahora quiero saber algo más sobre Él. Entonces Karol se convenció de que la verdad sobre Dios está inscrita en el espíritu de las personas sencillas y que ningún sistema, ninguna ideología podrá extirpar esta verdad.

¿Busco aprender más de Dios?

¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! (Lc 10,23).

Ver a Dios es muy sencillo y asequible. Lo ven hasta los niños. No hacen falta ni microscopios, ni telescopios, ni periscopios, ni artilugios. Para po­der ver a Dios lo único que hace falta es sencillez y limpieza de corazón: Bienaventurados los limpios de corazón porque verán a Dios.

Pide a Jesús sencillez y limpieza de corazón, y que luego se te revele.

Propósito: antes muerto que complicado.