domingo, 3 de noviembre de 2013

Hoy tengo que alojarme en tu casa

Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de distinguir quién era Jesús, pero la gente se lo impedía, porque era bajo de estatura. Corrió más adelante y se subió a una higuera, para verlo (Lc 19, 2-4).

Zaqueo era chiquito pero fuerte. Vivía en Jericó, el oasis de Judea. Con el paso de los años y algún que otro turbio engaño se había hecho sospechosamente rico. Quizá, su amigo y colega Mateo, le había prevenido: —Ten cuidado con Jesús el Nazareno que te puede complicar. Con una agilidad felina, lleno de curiosidad, trepó a lo alto de un árbol para ver sin ser visto. Jesús, a veces yo también soy un poco Zaqueo. No solo por mi pequeño tamaño sino porque también mantengo las distancias, quiero verte pero sin que me veas.

·        ¿Me dejo ver por Jesús? ¿Me pongo a tiro para que me hable?
Jesús, al llegar a aquel sitio, levantó los ojos y dijo: –Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa (Lc 19, 5-6).

Viendo la higuera con Zaqueo encaramado, tal vez Jesús pensó: —¡Que fruta tan rara!; pero si es Zaqueo. Y dijo: –Zaqueo, baja en seguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa. Como fruta madura Zaqueo se bajó del árbol: El bajó en seguida y lo recibió muy contento. Jesús, me ves, te ríes y dices que quieres alojarte en mi alma, eso sí, cuando me baje del burro y no sea tan terco para estar alejado de Ti.

·        ¿Hasta cuándo haré esperar a Jesús?


Propósito: Confesarme.