En medio de la noche José despierta a
María. Toma con cariño sus manos y le cuenta lo que dijo el Ángel. Ella lo
mira y lo comprende. En Belén hay un silencio de muerte. María, envuelta en sus
blancos vestidos, sentada sobre el burrito, lleva al Niño bien dormidito en sus
brazos. José busca las sombras de la noche, los caminos solitarios. María no
puede contener sus lágrimas porque Herodes va a matar a muchos niños inocentes.
José se hace el fuerte para no llorar.
Consuela
a Jesús y a su Madre por los niños que hoy serán abortados.
Una voz se oyó en Ramá, llanto y lamento grande: es Raquel que
llora por sus hijos, y no admite consuelo, porque ya no existen (Mt 2,18).
Herodes, por desgracia, no agotó su
especie. Todavía hoy son muchos los niños inocentes que, antes de nacer, mueren
cada día, víctimas de los modernos “Herodes”. No conocerán los chupetes,
ni los abrazos y arrullos de sus mamás… Me consuela pensar que para ellos, mi
Mamá del Cielo, les tendrá preparados un recibimiento muy especial, lleno de
besos y caricias… ¡Qué bien los chineará! O ¿No fue por ellos, también, por
quienes murió en la Cruz su otro Hijo, Jesús?
Jesús,
quiero ahogar el Mal, “inundarlo” en abundancia de Bien.
Propósito:
rezar por esos niños y sus pobres padres…