martes, 29 de diciembre de 2015

Para crecer por dentro

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para pre­sentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor (Lc 2, 22-23).
Jesús, tus padres José y María –que te querían mucho– te llevaban al Templo de Jerusalén. A mí también mis papás –que me quieren mu­cho–, me llevan cada domingo a Misa. Pero no lo hacen sólo por “cum­plir la ley”, por el cumplimiento (cumplo-y-miento). Yo en cambio me hago el rogado, pero al final voy. Jesús, en la Eucaristía me esperas para alimentar mi alma. ¡Sufres tanto con las almas desnutridas, “raquíticas”, con las “almejas” (almas pequeñas)! “Al que escandaliza a uno de es­tos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello una piedra de molino y lo tiraran al mar” (Lc 17, 2-3). Y como gozas con las almas cachetonas, con los rechonchos bien alimentados, con tu Cuerpo.
Pide por todos los papis para que lleven a sus hijos a Misa.
El niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sabi­duría; y la gracia de Dios lo acompañaba (Lc 2, 40).
Llevo 20 años yendo a Misa y no me acuerdo de ninguna homilía. Eso de ir a Misa ¡no sirve para nada!”, se justificaba aquel hombre. Y su ami­go le explicó: “Llevas 20 años comiendo 3 veces al día y ni siquiera pue­des recordar lo que has comido hoy. Pero si no te hubieras alimentado cada día, ahora estarías muerto”. Jesús, gracias por la Eucaristía.
Dile que quieres tener un alma “cachetona”.

Propósito: No hacerse el rogado para ir a Misa.