Al ver a Jesús, la gente se sorprendió, y
corrió a saludarlo (Mc 9,15).
Jesús, ¡lo que hace la Visita al Santísimo! Edith Stein, la que
después sería Santa Benedicta de la Cruz, cuenta que de joven estaba
llena de prejuicios racionalistas. Un día, paseando con un amigo católico, ella
era judía, por la ciudad vieja de Fráncfort: entramos unos minutos en la
catedral y, en medio de aquel silencio, entró una mujer con su bolsa del
mercado y se arrodilló con profundo recogimiento para orar. Esto
fue para mí algo totalmente nuevo. En las sinagogas y en las iglesias protestantes
que yo conocía se iba sólo para los oficios religiosos. Aquí, en cambio, cualquiera
en medio de su trabajo se acercaba a la iglesia vacía para un diálogo
confidencial. Esto no lo he podido olvidar.
Jesús,
que todos los días vaya a hacerte una “visitilla”.
En aquellos días, Moisés levantó la
tienda de Dios y la plantó fuera, a distancia del campamento, y la llamó «tienda del encuentro». El que quería visitar al Señor salía
fuera del campamento y se dirigía a la tienda del encuentro (Ex 33, 7-8).
Jesús, me han explicado que al Sagrario también se le llama
Tabernáculo, que significa Tienda del encuentro. ¡Qué alegría! A mí también me
gustan los campamentos: ir por ahí y poner la tienda de campaña. El
Señor hablaba con Moisés cara a cara, como habla un hombre con un amigo. Pero,
¿por qué no iré más a verte al Tabernáculo?
Jesús,
iré a visitarte a tu Tienda de Gran Jefe cada día.
Propósito: visitar al Gran Jefe.