jueves, 2 de febrero de 2017

La Presentación del Señor. El Niño iba creciendo

Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la Ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para pre­sentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor (Lc 2, 22-23).
Jesús, tus papás José y María -que te querían mucho- te llevaban al Templo de Jerusalén. A mí también mis papás -que me quieren mucho-, me llevan cada domingo a Misa. Pero no lo hacen porque si, sólo por cumplir la ley, por el cumplimiento (cumplo-y-miento) sino por Amor a Dios. Jesús, en la Eucaristía me esperas para alimentar mi alma. ¡Sufres tanto con las almas desnutridas, raquíticas. Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello… (Lc 17, 2-3). ¡Atentos, padres! Y cómo gozas con las almas gorditas, como la mía, bien alimentada con tu Cuerpo.
No llevar a Misa a los niños es una crueldad, es desnutrir sus almas.
El Niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sa­biduría; y la gracia de Dios lo acompañaba (Lc 2, 22-40).
—Llevo 20 años yendo a Misa y no me acuerdo de ninguna homilía. Eso de ir a Misa ¡no sirve para nada!, se justificaba aquel hombre. Y su amigo le explicó: -Llevas 20 años comiendo 3 veces al día y ni siquiera puedes recordar lo que has comido hoy. Pero si no te hubieras alimen­tado cada día, ahora estarías muerto. Jesús, gracias por alimentarme cada semana.
Dile que quieres tener un alma gordita.

Propósito: vivir la Misa con amor.