viernes, 10 de febrero de 2017

Jesús, tu eres mi otorrinolaringólogo…

Y le presentaron un sordo, que, además, apenas podía hablar (Mc 7, 32).
Jesús, en mi casa somos un poco sordos. Dice mi mamá que debe tratarse de una “sordera familiar selectiva”. Selectiva porque no oímos cuando suena el teléfono o llaman a la puerta, pero luego, cuando algo nos interesa, no se nos escapa detalle. Mi mamá, que es santa, nos repite siempre que “no hay peor sordo que el que no quiere oír”. Jesús, en la oración me pasa algo parecido: pienso que a mí no me hablas pero en el fondo es que no termino de escucharte, hago poco por sintonizar contigo.
Dile a Jesús que tú eres el sordo del evangelio, a ver qué puede hacer
El, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y mirando al cielo, suspiró y le dijo: —Effetá (esto es, «ábrete»)” (Mc 7, 31-37)
Jesús, ya sabes. Límpiame los conductos auditivos del alma. Quizá se trate de pereza, de impureza, de prejuicios, de soberbia. Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. Jesús, ábreme los oídos del alma, suéltame la lengua para hablar de Ti.
Dile a Jesús que le nombras tu “Otorrinolaringólogo”, casi nada…

Propósito: ¿Escucho a Jesús?