domingo, 3 de febrero de 2019

Pasando… por medio de ellos


Oyendo estas cosas, todos los de la sinagoga se llenaron de ira; y, levantándose, le arrojaron fuera de la ciudad, y le lle­varon a una altura escarpada del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad para despeñarle. (Lc 4, 29).
Jesús, ¡era tu pueblo! Qué bien conocías esa altura escarpada del monte. Allí jugaste tantas veces a tirar piedras o a esconderte. Jesús, ¡era tu gente, los habitantes de Nazaret! Qué bien conocías a cada uno: Ben Yuda, el comerciante en perlas finas, Jacob el vendedor de tejidos, Elí el mendigo tuerto. Ahí estaban todos, en la sinagoga. Pero ¿qué les pasó? Y es que en un arrebato de ira se puede hacer daño a lo que más se quiere, y a veces de manera irreparable. −¡Es que yo soy así! Si no te gusta como soy, te aguantas…Y entiendo que no deberías ser así. Si no, acabaré despeñando a Jesús o crucificándole de nuevo, como los de Nazaret.
Jesús, ¡ayúdame a cambiar! Manso y humilde de corazón, como Tú.
Pero Él, pasando por medio de ellos, se marchó (Lc 4, 30).
Oye Jesús, que yo también tengo mis rabietas, mis enfados. Entonces, sin querer hago mucho daño. Una vez un amigo me dijo: toma este papel liso y ¡estrújalo! Hice con él una bola. Ahora intenta dejar el papel como yo te lo di, completamente liso. No puedo – le contesté. El corazón de cada persona es como ese papel. Cada vez que te enfadas dejas una impresión que es muy difícil de borrar, como las arrugas del papel.
Dile a Jesús que no deje de pasar muchas veces por tu alma.
Propósito: no ser tan asquerosamente rabioso.