Se acercaron los
discípulos de Juan a Jesús, preguntándole: ¿Por qué nosotros y los fariseos
ayunamos a menudo y, en cambio tus discípulos no ayunan? (Mt 9, 14).
Jesús, yo siempre tengo hambre, como los discípulos de Juan. Mi mamá me
llama el hambriento. No como, devoro. Pero no es solo hambre de pizza, papas
fritas y de dulces, sino también hambre de Ti Jesús, ¡qué ganas tengo de
comerte! ¡Con que ilusión estoy preparando la próxima comunión! Tenemos un
montón de cosas de que hablar. ¿Te acuerdas de aquella vez en que me decías…?
¿O cuando pensaba que estaba solo y te buscaba…?
► Recita
despacio, por dentro, paladeándola, la Comunión Espiritual.
Jesús les dijo: ¿Es que pueden
guardar luto los invitados a la boda, mientras el novio está con ellos? (Mt 9,
15).
Recordaba aquella niña que cuando tenía solo 5 ó 6 años, el sacerdote
del Colegio les explicó la presencia real de Jesús en el sagrario. Se le
quedaron grabadas las palabras: Este es el Pan vivo. Quien come de este pan
vivirá para siempre. Por eso, cada día, en el desayuno, se fijaba en sus papás.
No se quedaba tranquila hasta que les veía comer pan. -¡Ah! Han comido pan,
menos mal. Entonces mis papás no morirán, vivirán para siempre. En su sencillez
de niña pensaba que Jesús estaba presente en todos los trozos de pan: Pan vivo,
que da la Vida. Jesús, pero qué hambre tengo de Eucaristía, que ganas tengo de
comerte…
► Jesús, aunque
hoy sea abstinencia, te comería a besos.
Propósito: No perder nunca el
hambre… de Eucaristía.