viernes, 7 de febrero de 2020

No perder la cabeza...


Herodes, por su cumpleaños, dio un banquete a sus magna­tes, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea. La hija de Herodías entró y danzó, gustando mucho a Herodes y a los convidados. El rey dijo a la joven: pídeme lo que quieras, que te lo doy (Mc 6, 14-29).
Jesús, ¡vaya fiestita de cumpleaños! Acabó fatal como en la película Un cadáver a los postres. Que contraste: el mayor nacido de mu­jer, un hombre justo y santo, va a morir para satisfacer el capricho de un hombre ridículo, lleno de vacío, supersticioso, cruel e impuro. Seguramente Herodes estaría bebido: solo coger el punto, diría. La mezcla del alcohol y sexo tiene consecuencias imprevisibles: violen­cia, egoísmo, aborto, dolor. ¿No seré yo también con mi presencia y mi silencio cómplice de tanto asesinato?
Jesús, que no me olvide de los pecados de omisión… el que calla otorga.
Quiero que ahora mismo me des en una bandeja la cabeza de Juan, el Bautista (…) Lo decapitó en la cárcel, trajo la ca­beza en una bandeja y se lo entregó a la joven” (Mc 6, 14-29).
Jesús, aquella adolescente alocada perdió la cabeza y pidió la ca­beza de San Juan Bautista, como podía haber pedido un caballo, un perrito o un anillo. ¡Vaya niña tonta! Quizá pensaba que era una artista. Y, ¿qué tiene de malo danzar? No era del todo consciente que con su forma de bailar, y de vestir encendió las pasiones de Herodes. Y yo ¿soy consciente?
Mi forma de vestir, bailar, hablar, ¿puede ser causa de que otros pequen?
Propósito: no perder la cabeza.