Llegaron a
Betsaida. Le trajeron a un ciego, pidiéndole que lo tocase (Mc 8, 22-26).
—¡Despacio! ¡Que no tropiece! Trastabillando, aquel ciego fue llevado de
mano en mano hasta la mano de Jesús. Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la
mano. Pero aquella mano era diferente, pensó el ciego, le guiaba seguro ¿Podría
quizá éste poner fin a su ceguera? Otros lo habían intentado. ¿Traería colirios
mágicos de Alejandría? ¿Se llevaría, como los otros, su dinero y su ilusión? El
profeta empezó a hablarle mientras le humedecía sus ojos. Le untó saliva en los
ojos, le impuso las manos. ¿Qué es lo primero que te gustaría ver? Al ciego se
le agolparon los deseos: árboles, hombres, a sus hijos corriendo. Le preguntó:
¿Ves algo? Empezó a distinguir y dijo: Veo hombres que parecen árboles, pero
andan.
► Jesús cúrame de
… (dile tus enfermedades).
Le puso otra vez las manos en
los ojos: el hombre miró, estaba curado (Mc 8, 22-26).
Jesús, esta vez fue a la 2ª. El ciego de Betsaida necesitaba una segunda
mano. Y a la 2ª fue la vencida: abrió los ojos y veía con toda claridad. ¿Qué
es lo que vio tan claro? Te vio a ti, Jesús mío. Y ya no pudo dejar de mirar.
► Pide a Jesús
que te eche todas las manos que haga falta: ¡Señor que vea!
Propósito: repetir, Señor que
vea.