domingo, 2 de febrero de 2020

La Presentación del Señor. El Niño iba creciendo


Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la Ley de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para pre­sentarlo al Señor, como está mandado en la Ley del Señor (Lc 2, 22-23).
Jesús, tus papás José y María —que te querían mucho— te llevaban al Templo de Jerusalén. A mí también mis papás —que me quieren mucho—, me llevan cada domingo a Misa. Pero no lo hacen porque si, sólo por cumplir la ley, por el cumplimiento (cumplo-y-miento), ¡qué feo!, sino por Amor a Dios. Jesús, en la Eucaristía me esperas para ali­mentar mi alma. ¡Sufres tanto con las almas desnutridas, raquíticas! Al que escandaliza a uno de estos pequeños, más le valdría que le encajaran en el cuello… (Lc 17, 2-3). ¡Atentos, papás! Y cómo gozas con las almas rollizas, como la mía, bien alimentada, con tu Cuerpo.
No llevar a Misa a los niños es una crueldad, es desnutrir sus almas. Pide por todas las familias que conozcas.
El Niño iba creciendo y robusteciéndose, y se llenaba de sa­biduría; y la gracia de Dios lo acompañaba (Lc 2, 22-40).
—Llevo 20 años yendo a Misa y no me acuerdo de ninguna homilía. Eso de ir a Misa ¡no sirve para nada!, se justificaba aquel hombre. Y su amigo le explicó: —Llevas 20 años comiendo 3 veces al día y ni siquiera puedes recordar lo que has comido hoy. Pero si no te hubie­ras alimentado cada día, ahora estarías muerto. Jesús, gracias por alimentarme cada semana.
Dile que quieres tener un alma “rolliza”, gordita.
Propósito: aprenderme y rezar la Comunión Espiritual.