domingo, 29 de marzo de 2020

Aquel a quien tu quieres


Lázaro estaba enfermo (…) Las hermanas enviaron a de­cir a Jesús: Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo (Jn11, 1-2).
Qué forma más bonita de dirigirse a Jesús: Aquel a quien tú quieres… Se trataba de Lázaro, el hermano de Marta y María. Y quien lo cuenta es otro muy querido, San Juan el discípulo amado. Aquí, el que no corre, vuela. A partir de ahora yo también voy a ser…Quien más te quiere, el apóstol atolondrado, el preferido de la Virgen…
Búscate un nombre, que sea chulo, para dirigirte a Jesús.
Gritó con fuerte voz: ¡Lázaro, sal fuera! Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: Desatadlo y dejadle andar (Jn11, 43-44).
Jesús, ¡como querías a Lázaro! Era tu amigo. Lo del nombre: Aquel a quien tú quieres, era una realidad. Cuando te dijeron que Lázaro estaba muerto y preguntaste donde lo habían puesto te dolió tanto que te pusiste a llorar. Todo el mundo se daba cuenta: los judíos entonces decían: Mirad como le quería (Jn11, 37). Oye, Jesús, y a mí ¿también me quieres? ¿tanto como a Lázaro? ¿tanto como a Juan? ¿de ver­dad…? Sabes, Jesús, a veces se me muere el alma; son los pecados. Señor, ya huele mal... Son cadenas que me esclavizan y me impiden ir hacia ti. Y entonces necesito que vengas, que me desates de pies y manos y grites: apóstol atolondrado, preferido de la Virgen… ¡sal fuera!
Pregunta a Jesús hasta cuanto te quiere.
Propósito: buscar un nombre.