Le presentaron uno
que debía diez mil talentos. Como no tenía con que pagar, el señor mandó que
lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones y que pagara
así (Mt 18, 24-25).
Jesús, ¡pobre hombre! Se había metido en un buen lío, ¡debía
10.000 talentos! He investigado en Wikipedia debía algo así como 2 mil millones
de dólares, ¡una barbaridad! Aquel hombre jamás podría pagar su deuda… Supongo
que se arruinaría jugando en los Casinos, o qué se yo. Pero lo que no entiendo
es que para pagar su deuda tuvieran que vender también a su mujer e hijos… ¡Qué
culpa tienen! Jesús, ya sé que se trata de una parábola, no soy tan tarado. Me
dices: todo lo que hago o dejo de hacer influye en mi familia, en mis amigos…
para bien o para mal, yo soy ¡el culpable!
Jesús,
que con mi vida sea culpable del “buen ejemplo”.
Arrojándose a sus
pies, le suplicaba diciendo: “ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo”. El
señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda
(Mt 18, 26-27).
Una vez, el Beato Álvaro del Portillo, leyó en los periódicos el
problema de países pobres, que no logran hacer frente a sus deudas. Al recibir
préstamos no pueden pagar los intereses y entonces se les cierra el grifo de
los créditos. Así cada vez son más pobres. Don Álvaro contaba entonces que
nuestra deuda con Dios es infinita, ¡nunca podremos pagarla!; pero que cada vez
que nos confesamos, Dios nos la perdona del todo, y además siempre nos da
crédito, se fía de nosotros.
Jesús,
mi mayor Talento será perdonar como tú me perdonas.
Confesarme cada semana y ganar más crédito con Jesús.